sábado, 9 de octubre de 2010

LA TRISTE SONRISA

Análisis facial de Ana Patricia Botín O’Shea, presidenta de Banesto
No es fácil decidir, señora Botín, si el encanto de su rostro está en su labio inferior, carnoso y bien delineado, o en la femenina barbilla, suavemente afinada vista de perfil. Sin embargo, dicho encanto se difumina enseguida adornado como está por unos músculos triangulares -esos que envían hacia abajo las comisuras de los labios- que tanto saben de desilusiones.

También los cigomáticos menores -empujando hacia arriba y hacia fuera el labio superior- participan de penas y nostalgias, igual que la nariz, rotunda, entre griega y romana con su toque inglés tan señorial. Con las fosas nasales replegadas se cierra en banda, prefiere hacer mutis por el foro, mantener las distancias, controlar intercambios, hacer de su capa un sayo y seguir consagrada a lo suyo, economía y banca, a jornada completa.

Qué elevado precio tal privilegio… Esos músculos traidores, se alían también a los orbiculares de los ojos, los hacen plomizos, preocupados, concentrados sin cesar en negociaciones, pendientes siempre de fluctuaciones monetarias, absortos en múltiples responsabilidades cotidianas. Así, todos ellos, sin el apoyo de músculos risorios y cigomáticos mayores que tanto contribuyen al placer y la sonrisa han ido acaparando posiciones seguras, cercándola en un trono que no es fácil compartir ni con la almohada.

Será por todo ello que en su rostro alargado, discretamente bello, pero enérgico, voluntarioso, asoma un halo de tristeza.

Una nube invisible le nubla la mirada, mientras sus ojos pequeños, bien centrados en lo concreto, aquí y ahora, sin cejar en empeños, dejan que fluya el sentido común y la sensatez, imprescindibles cualidades para gobernar en todas partes.

En cambio, sus orejas –grandes y despegadas, con el lóbulo en bisel- se empeñan inquietas en hacer las cosas como les viene en gana, a su manera, independiente, contumaz, casi revolucionaria en un terreno donde parece que toda innovación está gafada, por mucho que sus puntos de vista estén bien revisados y acotados, nada de prenderlos con alfileres, las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas.

Mientras su boca grande, muy bien delineada, se ocupa de convencer –¡aún le quedan ganas-¡ a tanta muchachada, sus cejas, tan largas y pobladas, convenientemente alejadas de su mirada, le imprimen cierto aire soñador, como si buscara horizontes lejanos más allá de las tierras trilladas. Así conceden un respiro a sus ojos pequeños que tanto gustan de cavilar. ¡Ay, cavilar, cavilar! Con esa frente despejada, tersa y ancha, dispone de cuadrigas y armas para cabalgar por las estepas varias, cabellos al viento como aquel piel roja del relato de Kafka. Las sienes estrechadas aportan agilidad en el viaje, igual que la barbilla, nerviosa y rápida. Y en ese perfil que avanza, con la nariz por delante y la boca bien cerrada, las orejas puntiagudas se apuntan a todas las batallas. Saben bien dónde van con la mirada “al alza”.

La morfopsicología es un método de análisis facial que concibe el estudio del rostro de forma global sin conceder valores absolutos a rasgos aislados. Se apoya en la observación de leyes biológicas que describen cómo los organismos se adaptan al entorno.

Publicado en Ausbanc, nº 168, junio 2004, página 102
© Isabela Herranz

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